-¿De dónde sacáis los cuentos los narradores?
Al principio es difícil encontrar historias. Yo creo que se esconden de uno para que no las contemos cuando no tenemos la experiencia y las tablas necesarias. Los cuentos, sabios, se quitan de nuestro camino, se disfrazan bigotudos, se colocan de perfil en la página, y así el cuentero inicial se puede pasar años buscándolos sin hallarlos. Pero si persevera y cuenta, se hace, y poco a poco los mismos cuentos salen a su encuentro, se le entregan, y en cualquier lugar parece encontrar una historia que compartir.
Este es solamente uno de los aspectos fascinantes de ser narrador, que es un cuento en sí mismo, y más hoy en día. Uno aparece como las brujas, de calle, entre todos los demás, tan disimulado que hasta se hace difícil reconocerlo, confundido con el auditorio. Y de repente te subes a escena y abres la boca, los brazos, y de la nada surge el mundo entero, de lo que traes en el magín, del barro metafísico que mezclas con la complicidad, la memoria y la recién despertada capacidad de juego del auditorio. Y las bocas, los ojos y las almas se abren y se entregan. «Los tres euros mejor empleados de mi vida», dijo un muchacho de 13 años a su profe cuando fui a contar a su instituto hace unas semanas. Supongo que por la sorpresa de ver cómo nace todo de ningún lugar.
Los narradores somos paracaidistas escénicos: mecidos en el desequilibrio caemos en cualquier lugar inesperado, con la mochila llena de lo que crees que usarás, entre gentes que súbitamente te reconocen sólo cuando empiezas a desvelar tu propio catálogo de maravillas aprovechando el terreno que haya, y que puede ir desde un escenario amable hasta el rincón más oscuro de una cocina. Pero da igual, todo sirve, todo se aprovecha, todo se transforma, y el público mira asombrado, alguno incluso hacia arriba, preguntándose pero de dónde salió este, como El Principito al aviador: «Alors, et toi, tu viens du ciel aussi?»
Una respuesta
¡Qué bonito Héctor! ¡¡¡Me gusta eso de ser paracaidista!!!