sirena2   Este mes escribo breve, desde la orilla del mar que se ve por mi ventana. Yo, chico de secano al fin, siempre le tuve mucho respeto al mar, hasta que poco a poco fui preguntándome por las maravillas que no se ven, que laten escondidas como las sirenas. Hace unos pocos años, en las costas de Israel, alguien grabó con su cámara de móvil lo que parecía una sirena echada al sol sobre una piedra en un acantilado. La hermosa, al verse sorprendida, se agitó de súbito y se hundió en el mar, pero la cámara lo recogió todo.

   Es increíble la necesidad que tenemos de meter los dedos en la llaga, de saber viendo, cuando basta cerrar los ojos, precisamente, para creer en las sirenas y convencerse de su existencia. ¿O es que vosotros no habéis sentido la llamada de una ilusión, de un sueño, que os reclama amenazante, como para estrellaros contra las rocas? Yo creo que la noticia es cierta porque en el mismo mar siriaco donde se avistó la sirena con el móvil cuenta Cunqueiro en su Orestes que había sirenas. Y que los jóvenes se daban a la diversión con ellas, incluso violentando el sexto, y fue que llegó por allí un misionero irlandés al que no le agradaban estas ligerezas. Y esperó hasta que la situación se le puso piripintada: un muchacho fue encontrado muerto de madrugada a la orilla del mar. Y, como era muy querido, los padres lo lloraban largamente y el misionero tomó cartas en el asunto. Se dispuso a estudiar un San Patricio y allí encontró la ciencia del canto de las sirenas: por lo visto al cantar su voz se condensa caliente en el aire, y forma una nubecilla densa, que se enfría al rato y regresa a la boca de la sirena, que así puede volver a cantar. Deduciendo que la sirena queda muda durante ese intervalo sin su canto, este fray irlandés construyó una red fina y se embarcó con un mozo heredero, hermoso como la luna en su plenitud. Y todo fue avistarlo y salir las damas del mar a competir con sus voces para enlazar al pimpollo a sí mismas, y todos los cantos echados se condensaban en el aire, y entonces el estudioso arrojó la red, capturó las canciones de todas las sirenas y luego las quemó en la orilla, dejando a las sirenas donde aún siguen, como las emociones a veces, mudas y tristes, encalladas en un corazón rocoso y sin poder ser escuchadas.

Yo creo que la sirena grabada con el móvil en Israel debió ser de estas, porque de haber sido cantora quizá el mozo que las grabó habría quedado hechizado por el canto y la felicidad… Porque las sirenas a veces son parteras de ilusiones como aquella que amó don Roldán cerca de Sicilia, y, quedando embarazada, dio a luz en las costas de Galicia a un mozo al que llamaron Paadin, por ser hijo del Paladín, y que según se cuenta en Sonata de otoño, era antepasado de Valle-Inclán. Yo siento que este verano también me visitaron las sirenas, dormido, y que esta vez fui yo quien preñó de hermosos proyectos, que ya os iré contando…

Por lo pronto, ahí van cuentos en agosto y clases a partir de septiembre, para aprender a decir la verdad y que no os pilllen.

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