Uno de los últimos regalos que me dejó 2015 fue un diccionario para la interpretación de los sueños. Es curioso el poder de la ficción, como lo que nuestras cabezas tejen con anhelos, vivencias y realidades inconscientes puede conformar un tapiz muy acertado sobre nosotros, y aún sobre nuestro futuro. Porque la ficción a veces genera la realidad, como muy bien saben (ahora) el Chapo Guzmán y la actriz Kate del Castillo, personajes de su propia vida. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.
Dice Shakespeare que los sueños los trae la oscura reina Mab, tan pequeña como una sortija de ágata en el dedo de un obispo; su coche es la cáscara de una avellana, y la capota, de alas de saltamontes. Lleva un hueso de grillo como fuste, y un mosquito vestido de gris le hace de cochero. Cabalga sobre nuestras narices cuando estamos dormidos, y nos hace soñar…
Los sueños han sido siempre guía de muchas cosas, no sólo sexuales, y mi libro dice, por ejemplo, que si sueñas con pulmones, significa el aliento de la vida, la independencia, libertad y confianza. Sangrar en los sueños te avisa de que estás en peligro, y si la sangre está seca es que tienes asuntos pendientes; soñar con una biblioteca significa que vives plenamente; cuando aparece un anillo, depende: si es de matrimonio augura pronta boda, pero si está en el dedo equivocado es que la boda saldrá mal (así que no olvidéis fijaros, cuando soñéis, en qué dedo cae el anillo); un caballo es la potencia; soñar con azúcar preconiza el éxito, y con café, la amargura. Soñar que se comen cerezas es que se está al borde de la felicidad. Si sueñas con hilos brillantes que te recorren se te anima a que no seas avaro con la vida, a que gastes y arriesgues y disfrutes, sin miedo a resbalar.
Yo os deseo a todos sueños plenos de cerezas e hilos brillantes. Y que vengáis a alimentarlos de ficción y asombro escuchando cuentos en 2016. Ahí van los míos, en cada espectáculo, como estrellas que guían.