Como casi todas las maravillas, el Pesebre lo inventaron los italianos. Parece que fue San Francisco quien, siendo como era muy teatrero y juglar –compañero de oficio al fin-, escenificó en el Greccio el primer belén viviente, y cuentan también que los primeros pesebristas italianos discutían sobre qué debía ponerse en el Nacimiento y uno de aquellos primeros franciscanos discurrió que debían estar presentes todas las cosas de la creación –il mondo nel suo ordine intero-, y es por eso que encontramos hoy todo tipo de oficios y personajes y maravillosos anacronismos y la noche y el día simultáneos y un desierto áspero al pie de la montaña nevada, y, si os fijáis, en una esquinita fingido con cristal o papel de plata, a veces veréis un trocito de mar y barcazas encalladas de las que desciende gente de remo, que suben también a Belén de Judá a adorar al Niño.
A Don Alvaro Cunqueiro le seducía mucho la idea de la playa en el pesebre al imaginar que de este modo la gente gallega toda podría acudir a Belén a su vez, enterados de la extraña noticia de la llegada de un Salvador al mundo al percibir «estrellas no usadas o músicas arrastradas por un viento terral.»
Y a mí, que adoro a este escritor del que tanto os hablo en estos cuentitos navideños, me encanta imaginarlo a él mismo, saliendo de Mondoñedo una mañana cualquiera de diciembre, y que a través de un camino perdido llega a la costa donde descubre una embarcación ligera y sube y pasma al encontrar como navegantes a Paulos Expectante sobre un unicornio blanco, y a Don Merlín, que tiñe el mar de colores, y a doña Ginebra rubia, céltica y apetitosa, perfumada con secante de canela, y a Arturo Pendragón, aliviándose sentado sobre un mullido cojín, y al capitán Fanto Fantini de la Gherardesca, disfrazado de viento de poniente, y al Obispo Diego Peláez que, según Valle Inclán, es el más importante de los fantasmas compostelanos (por lo visto Valle contaba siete, y no se incluía a sí mismo), y los ojos verdes de Mme. Clarina de Saint-Vaas que una vez fue Julieta en un teatro de Comfront, y Cerviño de Moldes, bien abrigado y llevando bajo el brazo una muñeca negra muy proporcionada, con pelo natural en la cabeza y en el pubis, que se trajo de Cuba para curar los casos de impotencia en los señoritos del país y que el cura de Pumar quiso consagrar como patrona de la fertilidad, pero tuvo que desistir al no encontrar santa negra en el santoral, y al gentil Tristán García con un paquete de churros, y a Perrón de Braña, y a Orestes vengador… y pilotando la nave va el viejo Sinbad, exultante mientras le cuenta a Ulises mozo que las sirenas no tienen ombligo y gastan peine de oro, y que las princesas de Chipre reciben a sus amantes con los pies descalzos.. Y entre tanta familia, festejado por todos, viaja don Alvaro Cunqueiro. Y entonces la nave zarpa hacia el sur y dobla a la altura del cabo de San Vicente para después cruzar el estrecho y poner rumbo definitivo al Levante y al arribar a la playa de Belén, que gracias a un viejo franciscano dista apenas unos pasos del Portal, los viajeros echan pie a tierra y se mezclan con los pastores arameos y las voces cantarinas de los gallegos, y al llegar su turno don Alvaro entrega una gran caracola irisada “para que el Niño sepa cómo ronca el mar”.
(texto escrito por Hector Urien a partir de un artículo de A.C.)