Dice mi amigo Juanlu Mora que el tiempo de espera se mide en horas por segundo. Sobre todo la espera de los reyes, añado yo, así que mientras los esperamos, distraigo la relatividad leyendo historias y enredando en tuiter, y fue en tuiter, mientras espero, que me he enterado de una coincidencia sorprendente: ayer, 4 de enero, ¡fue san Newton!
Isaac Newton, hombre célebre y célibe. Célibe por una dolorosísima fimosis estrangulante y célebre por su famosa ley de la gravedad, que, por lo visto, fue una serendipia feliz, es decir, un descubrimiento no buscado, y no lo digo por la manzana, sino por el siguiente secreto: Durante siglos se ocultó que la mayoría de los escritos que ocuparon el tiempo de Newton versaron sobre el antiguo arte de los alquimistas en la síntesis suprema del oro. Newton se enfrascó, así, en experimentos químicos y andaba buscando las razones de las afinidades entre sustancias cuando le cayó encima la manzana de la gravitación universal, y la publicó. Hubo alborozo en los salones elegantes al encontrar una ley tan acorde con el sentir absolutista de la época, una ley universal e inviolable, ante algunos desconcertantes hallazgos de los siglos oscuros del medievo donde, según cuenta Needham, un gallo que inusualmente puso un huevo sin motivo milagroso aparente, fue condenado al exilio por violar las leyes de Dios, que dicen que los gallos no ponen huevos y, por tanto, un gallo profano que así se comporta es un delincuente.
Pero el caso es que Newton recombina el primer científico de la era moderna y el último de los magos de la estirpe de los sumerios y babilonios, es decir, de la estirpe de Melchor, Gaspar y Baltasar, reyes astrólogos del oriente, que le llevaban al niño el oro de su mismo origen etimológico oriental, el incienso santo y la resina del árbol aromático de la mirra, que son ni más ni menos que las caricias de Mirra, princesa grecoarábiga que dio a luz a Adonis, santo patrón de todos los chicos que huelen bien.
En fin, que si la espera se mide en horas/segundo, la felicidad se mide en días, como se dice de los grandes personajes del Antiguo Testamento: «y murió, en plenitud de días». Yo os deseo que los Reyes os traigan a todos un saco lleno de días. Feliz 2018
2 respuestas
El azar gobierna la realidad. El azar es la irrupción de lo inesperado en lo esperado. Y, como inesperado, muchas veces asusta. Porque huele a incontrolable. Como un río, que de golpe tira para abajo, y aparece un rápido. ¡La leche! ¡Que hay que darle fuerte al remo! Pero, ¡qué sería de la realidad, sin lo inesperado, sin lo que nos obliga a remar!. Una somnolencia permanente. Un aburrimiento, peor o mejor llevado. Y, además, de acuerdo con aquello de que lo que se estanca muere, sin el azar el Universo entero estaría ya muerto. Y nosotros también. !Que el azar empuje tu vida, aunque sea con puntapiés en el culo!. ¡Para eso tenemos pies!
Exacto, viva el azar, que cada vez tratamos de dejarlo más fuera de nuestras vidas buscando espacios seguros… Lo dejamos fuera como los niños chicos que se tapan los ojos para conjurar la realidad, pero la realidad sigue ahí. No hay más remedio que dejarse fluir.