Las prisas, las prisas…

He leído hoy una entrevista estupenda de Lorena G. Maldonado a una escritora a quien admiro mucho, Valerie Tasso. Me encanta su sensibilidad y su «mano» para unir en la proporción exacta la narración directa, la sensación sutil y la reflexión inteligente. En cuanto he visto la entrevista en twitter, me he lanzado a ella como un gorrión a un pedazo de pan, y como siempre, mientras la leía la cabeza daba vueltas. Lo bueno de leer es que uno puede parar, digerir y luego seguir leyendo, pero hoy, lanzado como estaba, me lancé también a escribir sobre el asunto de las prisas que nos invaden, que cita Valerie. Y esto escribí. Normalmente no posteo mis reflexiones mañaneras, pero hoy, como digo, parece ser que estoy lanzado. Ahí va. Y yo voy a seguir leyendo la entrevista, que aún no la he terminado.

No es la prisa, la prisa es la sensación que tenemos, un espejismo. Son las posibilidades. Hemos vivido siempre en una relativa escasez y de repente tenemos que gestionar la gran abundancia, y creíamos que sería jauja, pero no, es muy difícil porque es necesario autogestionar el placer. Y no sirven los modelos anteriores porque nuestras vidas se han volteado como un calcetín. Por ejemplo, hoy es absurda la política del «comer todo lo que me ponen en la mesa», ni por educación, porque no tiene el sentido que tenía antes, de un homenaje velado a la escasez; tampoco tienen sentido las grandes comilonas que se ofrecen, como si no dar muchísimo fuera sinónimo de no tener o de no querer dar. Esa mentalidad de la escasez unida a la realidad de la abundancia conducen solo hacia la obesidad, y hay que respetarse y decir/decirse que no, que el mundo ha cambiado. Lo mismo sucede con el sexo: ya no se trata de follarse todo lo posible, sino de follar bien, pero estamos en ello y una cosa no quita la otra: es una bendición el aumento y abaratamiento de las posibilidades. Creo que este mundo de la abundancia, aunque sea complejo y nos pille a contrapié y nos genere problemas nuevos, es mucho mejor que el de la escasez. En la abundancia debemos ser más dueños de nosotros. Antes lidiábamos contra muchos dolores hoy evitables y el instinto de supervivencia estaba a nuestro favor, y a veces en contra de nuestra voluntad de dejar de sufrir, y ahora debemos hacerlo contra el placer, donde estamos paradójicamente solos, y la sensación de soledad se acentúa, pero de ahí debemos salir mejores humanos, ya que sólo nosotros somos los diques. Estamos aprendiendo.

Aceptemos con alegría y con mesura este regalo de abundancia, y desconfiemos pero como quien desconfía de un niño «impredeciblemente» travieso, con serenidad. La abundancia de hoy es de posibilidades. El dinero siempre ha significado posibilidades y el mundo de hoy ha abaratado muchas. Montaigne habla de un caso en que un enamorado le regala a su enamorada una naranja, que esta guarda literalmente como oro en paño. Es la escasez la que convierte esa pieza en hipervaliosa, como el árbol del páramo castellano de que habla Borges: esencial por único. Hoy, cualquiera puede comerse una naranja, incluso fuera de temporada; en Dante se comparte la lectura, hoy cualquiera puede acceder a una enorme cantidad de libros para sí. Estamos ahora mismo un poco atontados por esa novedad, pero volveremos a ser dueños de nosotros mismos. Que perdamos la sensibilidad momentáneamente no quiere decir que no seamos capaces de apreciar el hecho o de aprender a apreciarlo. Estamos empezando en un mundo mejor que el anterior, aun con otros problemas. Esta nueva abundancia confluye en la prisa de querer vivirlo todo, de estar perdiéndose cosas porque nuestra mentalidad todavía habita en la escasez, en el «aprovecha la oportunidad porque no sabes cuándo habrá más», y la vida ya no es eso. De ahí los tochos de «1000 libros, o películas o lugares que has de transitar antes de morir», esas cosas se apoyan en la dualidad «mentalidad de la escasez-realidad de la abundancia», pero nosotros debemos mirar esas propuestas con una cierta sonrisa incluso condescendiente: el hecho de que exista la posibilidad de viajar tantísimo no debe significar que tengamos que hacerlo para no perder el tiempo. De nada sirve correr, o quedarse mirando como un burro amarrado, sino simplemente disfrutar, elegir y dejarse elegir, tomarse las cosas con paciencia y con cierto desdén incluso: ¿Que pudiendo ir a Tailandia por dos duros igual no voy? Sí… ¿Y qué? Quedarse durmiendo es también una opción vital maravillosa, que antes era la única y hoy está revalorizada por elegida. El gran maestro de vida Javier Krahe decía eso mismo sobre una canción suya que, supuestamente, ocurría en los mares del sur: «que yo no he ido, ¿eh?. Ya ves, pudiéndome quedar en mi hamaca no iba a ir hasta allá a tumbarme en una hamaca…»

Creo que hoy enfrentamos un reto extraordinario: autolimitarnos y disfrutar de dicha autolimitación. El no ser glotones y no ir a la vida como quien va a un inmenso y riquísimo buffet invitado y come con la frustración desasosegante de quien no podrá probar todo lo que tiene a mano, en lugar de disfrutar simplemente de una parte y no preocuparse de que evidentemente hay cosas que no probará jamás. Cualquier español medio goza hoy de posibilidades que los emperadores romanos solo podían soñar, aprendamos a vivirlas con mesura, con agradecimiento, sin que nos agobie la cantidad haciéndonos desear el regreso al mundo de la escasez… y sin prisa.

 

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