Dice Alfredo Sanzol que los personajes en las obras dramáticas no tienen objetivos, que tienen esperanzas. Que este hallazgo le cambió la manera de escribir y plantear obras. Chesterton dejo escrito algo parecido: La palabra «quiero» es saboteadora, porque tiene algo de obligación, incluso de huida hacia delante; es mucho mejor, más sano, decir «me gustaría». Para entendernos, no es lo mismo tener la esperanza de heredar una fortuna de un tío millonario que tenerlo como objetivo.
El oficio me ha enseñado que hay palabras saboteadoras y palabras sospechosas. Revolución o Felicidad (al contrario del concepto «aquí y ahora» de «tal cosa me hace feliz»), son sospechosas de generar una alegría hueca, insaciable, con algo de ansiedad y miedo a mirar adentro -«ojalá consigas lo que deseas», reza una terrible maldición gitana-. Hay muchas palabras sospechosas; suelen acabar autodelatándose porque les crece en la chepa una mayúscula.
Conecté inmediatamente con la idea de Sanzol: yo tengo esperanzas y no objetivos. Una de ellas, pequeñita, era conocer a Antonio Escohotado. Echar un rato con él. No era mi objetivo. Los objetivos tienen algo de posterior, los consigues para algo más, nunca se acaban. Te pones objetivos como medio, la esperanza es un «acabo de llegar a casa». El caso es que dos queridos amigos nuevos, que se han revelado amigazos, dos Jorges, Drexler y Escohotado, me tomaron cada uno de una mano y el lunes pasado, apenas unas horas después de que Sanzol me volteara la cabeza con su «no hay objetivos, hay esperanzas», me llevaban a Galapagar a una velada con el viejo. Y fue increíble. Hubo canciones, sutilezas, risas, aforismos, conexiones, va y ven, guitarreo… y hubo -o al menos tuve- la sensación de plenitud que deja una esperanza cumplida. A diferencia del objetivo, como el ganar una liga, que te hace pensar en la siguiente, que deja esa ansiedad de la revolución, esa sensación íntima de que no hay nada hecho en realidad, de que lo realmente importante queda todavía lejos, la esperanza cumplida da plenitud. Es disfrutar sencillamente de un regalo. El «quiero» desemboca en una verdad sólo íntimamente reconocida: «no es verdad»; la esperanza que se cumple es un disfrute casi infantil.
Lo mejor es que da igual cómo se cumpla la esperanza. Haces y no haces para ello. Escuchas la realidad y actúas en consecuencia. Los objetivos se marcan, las esperanzas se descubren, parten de lo inconsciente abarcando lo consciente, quedándote con el iceberg entero. Yo descubrí con 21 años recién cumplidos, una madrugada en una playa, que tenía la esperanza de vivir del cuento. También se me fueron revelando otras esperanzas: que no tengamos que vivir una guerra jamás, que a mi gente querida le vaya bien, que sepamos aguantar con paciencia, humor y dignidad cuando vengan mal dadas, que las Noches no se acaben, que no me aburra nunca de investigar, de aprender, de crecer… Que cuando caiga el telón pueda decir: ha sido una magnífica función.
Ahora me voy de vacaciones con la esperanza de regresar en agosto con las funciones del teatro Off de la Latina, y en septiembre con los cursos renovados (los regulares y los intensivos) y con las Noches. Y por supuesto con la esperanza de repetir encuentros como aquel, que me dejan el alma llena de amaneceres.