Celebración de la narradora

se como sheherezade editado copia

Hace unos años me contrataron en un biblioteca para un proyecto de formación de usuarios. Venían niños de coles, yo les contaba cuentos y entre medias les explicaba algunos asuntos básicos del funcionamiento de la biblioteca, Acto seguido se abría el turno de preguntas. Recuerdo a una niña con su brazo levantado:

-¿También hay chicas contando cuentos?
-Sí. Muchas.

Y otra niña:

-¿Y son guapas?

Las historias orales siempre han tenido una relación especial con la mujer. Mientras los hombres escribían con tinta de plomo, la mujer contaba ligera y aparentemente olvidaba después, para volver a recrear más adelante, como quien lanza un mensaje clandestino que se autodestruirá tras ser recibido, para no dejar rastro de su insurgencia bajo la ficción social de que solo el hombre existe. Y así, crípticamente, el libro de «Las mil noches y una noche» es en el original «Alf layla ua laya», donde «layla» es noche en árabe y también en hebreo, y el hebro «layla» o «layil» deriva de Lilith, la mujer primera, insumisa e independiente, y todo este razonamiento se desliza como un guiño que la fenomenal Sheherezade hace a sus congéneres por debajo del manto del finalmente escriba masculino que redactó los cuentos. Y ya lo ven: noche, mujer, el cuento oral, lo que se «teje por debajo»… Todo era lo mismo: la vida de lo que no se ve, el lenguaje de los harenes, y de esta forma «Las mil y una noches» son también «Las mil y una mujeres». Y así es: las «Noches árabes» incluyen entre sus cuentos infinidad de formas de ser mujer, que palpitan para quien sabe mirar a pesar del oscuro barniz del escriba. Mujeres como Budur, Aziza, Zumurrud, Esplendor, Halima, Zeinab, Dalila…. o Amina, la más joven de las tres hermanas del cuento del «mandadero de Bagdad». Cuando las hermanas y los tres zaaluk son conminados por el gran califa a contar sus historias, todos cuentan y Amina calla. «Quizá por que es muy joven, aún no ha amado, y por tanto, aún no tiene nada que contar».

Paralelamente aquí, en nuestra Europa cristiana, amaban las ardientes mozas, amaban y lo contaban, también de manera clandestina, en canciones aparentenmente costumbristas, inocentes, raras en boca de mozas castellanas que no habían visto el mar, pero ciertamente lo habían sentido dentro de sí:

«Levantose un viento
que del mar salía
y alzome las faldas
de la mi camisa»

Y lo mismo con otros temas, igual de libres se muestran ellas, de manera más o menos explícita:

«A las avellanas
mozuelas galanas,
a las avellanicas
a las avellanas»

«Ya florecen los almendros
y los amores con ellos
Juan:
mala seré de guardar»

«porque duerme el agua sola,
amanece helada»

«-¿De dónde venís, casada,
tan placentera?
-Vengo de ver el campo,
y la alameda.»

«-Gentil caballero, ¿de qué tenéis miedo
estando conmigo?
-De vos mi señora, que habéis otro amigo.
-¿Y de eso tienes miedo, cobarde caballero?»

Y hoy, que se celebra la fiesta de la mujer trabajadora, yo reivindico a la narradora. A la cuentera que siempre de forma sutil supo mostrarse, cantarse, contarse a pesar de todo, callar hasta amar, como Amina, y luego desbordarse de metáforas sensuales, inteligentes, certeras. Y reivindico esa revolución sutil, femenina, elegante y divertida que supone contarse como se es y se siente, sencillamente, ahora que al menos aquí puede ser público el lenguaje de los harenes, ahora que se puede contar en voz muy alta, amigas: vivid y contad, aprended a hacerlo y disfrutad de ello, como se despliegan brillantes mis compañeras de oficio, pues alguien que cuenta se vuelve un ser tan hermoso como sólo una niña lo puede imaginar.

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(Textos tradicionales extraídos del libro «De Amores y versos en el otoño medieval», de Juan Victorio)

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