El arte y el abrazo

La vejez consiste en dejar de escuchar. Lo natural de la experiencia es revertir las cosas a meros conceptos, y el arte rejuvenece porque en una lucha desesperanzada consigue que por un momento veamos las cosas tal y como son. Lorca, que siempre tuvo problemas para caminar, cuenta que de pequeño para conseguir que los otros niños lo consideraran, desarrolló su capacidad para inventar y contar cuentos: «ellos corrían, y yo no podía correr con ellos, así que necesitaba que se detuvieran todo lo posible, que me vieran». También Valle descosía su soledad tejiendo historias en los ateneos madrileños sobre cómo perdió la mano izquierda, y luego ya viejito en Santiago, contaba a los jóvenes sobre los siete fantasmas compostelanos, entre los que nunca se incluía a sí mismo.

Conceptualizamos, descarnamos las cosas y las personas en nuestra mente por pura practicidad. Pero un día vemos la deslumbrante individualidad de cada uno, para inmediatamente romperla y fundirnos felizmente en el otro; es después de reconocer a alguien que lo abrazamos.

Ray Bradbury reveló que en un futuro pasado los hombres y mujeres de raza negra escaparon de la tierra y se asentaron en Marte, generando una nueva y propia sociedad a 59 millones de kilómetros de la Tierra y del hombre blanco. Un día, 20 años después, un cohete se acerca. Se sospecha que vienen un puñado de blancos, tras las guerras nucleares que han asolado la Tierra desde entonces. Los niños preguntan curiosos cómo es un hombre blanco, y se ríen ante las descripciones físicas inconcebibles «¿son así?», dice uno arrojándose harina a la cara mientras el resto ríe. Los adultos, sin embargo, recuerdan, y en el padre de los niños comienza a removerse la venganza: «Ahorcaron a mi abuelo; a mi madre la mataron… Ahora tendrán lo que se merecen». Y va por las casas aventando armas, y cuerdas, y pintan los asientos traseros de los autobuses de blanco, para los nuevos… «¡Si quieren vivir aquí tendrán que lustrarnos los zapatos, y aún así colgaremos cada semana a un par de ellos, para que no se despisten! Ahora la piedra rechina en el otro pie». Los hombres y las mujeres apuran los nudos corredizos y esperan en el aeródromo la llegada del cohete. Y el cohete llega, y las puertas se abren y brota por fin del humo y del metal un hombre blanco. Un hombre viejo. «No importa quién soy, no sería más que un nombre para vosotros» Y habla de la guerra en la tierra, del destrozo nuclear… «Lo arruinamos todo… Y cuando terminamos con las grandes ciudades, nos volvimos hacia las más pequeñas, y lanzamos sobre ellas nuestras bombas.» Entonces la gente negra le empezó a preguntar por sus antiguos hogares: «¿Y Nueva Orleans, y Fulton, y Greenwater, y la calle cuatro de Memphis…?» «No queda nada». Y siguió: «hemos sido unos estúpidos; os suplicamos vuestra ayuda. Merecemos cualquier castigo, pero no nos cerréis las puertas. Limpiaremos las casas, cocinaremos, os lustraremos los zapatos, nos humillaremos por todo lo que hemos hecho contra nosotros mismos, contra otras gentes, contra vosotros». Y luego calló. Y su silencio fue acompañado por el de los negros, que poco a poco arrojaron sus armas.

Encontrarse para tocar, para improvisar versos, para escuchar y contar, son formas distintas de crear la individualidad para romperla justo después, de generar belleza y humanidad, de hacer el amor. En el cuento de Bradbury, al final los niños preguntan: «pero papá, tú ya habías visto al hombre blanco, ¿verdad?». Y el padre responde: «no, queridos… yo lo acabo de ver por vez primera.»

Una respuesta

  1. Hermosa reflexión para este bello Martes a punta de un café…Ojalá y no lleguenos hasta aqui….Un abrazo desde el otro lado del Atlántico….

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